Por Rober Aurelio Nieto
Para Hernando Alberto Escobar
Holguín las limitaciones las pone la sociedad o el individuo mismo, y no
necesariamente la condición física de las personas. Y él sabe muy bien lo que
dice. Cada paso suyo es una muestra de ello. Recorre las calles caucasianas con
un bosquejo mental tan perfecto que en oportunidades parece que viera, pues se
atreve a orientar a personas que visitan a nuestro municipio y se pierden en su
calles a veces atestadas de gente y tráfico.
Cuando lo escuché hablar la
primera vez fue en una capacitación en la que coincidimos, no pude evitar
mirarlo, pues sus apuntes acertados daban muestras de manejar el tema al
dedillo. Después supe que había participado de varios diplomados en la
Universidad de Antioquia, de múltiples capacitaciones en casi todo tema
imaginable, y por eso él habla de liderazgo, política, superación personal,
música, y demás. A él le aplica lo que popularmente se dice: cuando una persona
pierde uno de los sentidos se le desarrollan mucho más los otros.
Muchos de los que aquí vivimos
hemos visto su destreza al caminar por las calles, sólo guiado por su bastón de
1, 15 cms que se ha convertido en una extensión de sus manos. Algunos al verlo
andar tan campante le dicen: “Vos te hacés el ciego”, y él les contesta: “Yo no
tengo la culpa de que tengas el cerebro de pollo”, se ríe cuando lo dice, pero
a la vez le da temor; pues pudiera haber personas que crean que él realmente
ve, cuando lo cierto es que no; y como dice él: “aquí a veces ver lo que no
debe lo pone a uno en peligro”. Sin embargo, a él no le aplica, pues
irónicamente para su fortuna no puede ver.
Debido a su discapacidad le han
ocurrido anécdotas un tanto graciosas. Una vez estaba hablando tranquilamente
en la casa de una amiga cuando llegó otra y le dice a la primera: “¿A usted no
le da pena de Hernán?”; y la otra le contestó: “Pues no, ¡como él no ve!”.
Hernán disimuló una sonrisa, pero en su imaginación pareció verla sin blusa.
Sin embargo, hay otras que prefieren evitar dichas situaciones y le dicen:
“Sálgase que me voy a cambiar de ropa, usted no ve, pero por si acaso”.
La verdad es que él es un
admirador de las mujeres, son su fuente de inspiración, su musa. Escuchar el
timbre de su voz, su energía, espontaneidad es música a sus oídos. Aquí en
Caucasia tiene muchas amistades que lo aprecian y valoran. Por eso le gusta
vivir aquí, sentir ese calor humano que lo acogió hace casi 26 años. Eso lo
llevó a postularse en las elecciones pasadas para ser concejal, pero no fue
elegido. Pero sigue con ganas, luchando con entusiasmo para que este pueblo
cada día mejore más y más.
Él es un romántico, por eso cada
vez que ejecuta el piano se siente rodeado de un velo de inspiración. Le canta
a Dios, al amor, a las penas, a los amigos, a las mujeres. Sonríe con
facilidad, y entre conversa y conversa se aparta un ratico para acompañar su
meditación con un cigarrillo que nunca le puede faltar. Es un ávido lector de
libros de todo tipo, algunos le han llegado de otros países, pues están en
Braille, que afortunadamente aprendió a leer cuando estuvo en la escuela.
No nació ciego, aunque sí con un
glaucoma congénito. A los cuatro años lo operaron en Medellín perdiendo la
visión del ojo izquierdo, y el otro le quedó gravemente afectado. Sus padres
decidieron internarlo en la Escuela Francisco Luis Hernández, que en ese tiempo
era especializada en atender niños con problemas auditivos y de visión. Fue estando
en esa escuela cuando perdió por completo la visión.
Fue en un parque interno que tenía
el colegio donde había columpios, ruedas y otras cosas más para la diversión de
los niños. Él un día descubrió unas pequeñas escalas y las subió con la
curiosidad infantil que tiene un niño de nueve años; las subió hasta la
cúspide, tocó los bordes de lo que parecía ser un tobogán. Sin medir las consecuencias
se lanzó, con tan mala fortuna que no estaba terminado el tobogán, y se cayó
impactándose contra el suelo, perdiendo por completo la visión por el ojo
derecho.
Ya han pasado casi cuarenta años
desde entonces, pero no ha sido el factor que lo haya amargado, ni un obstáculo
para lograr lo que se propone. Cuando lo vea caminar por la calles, que rico
que pudiera saludarlo, hablarle de cualquier tema, y quizás se dé cuenta de que
para nada su falta de visión física le afecta su claridad de pensamiento y capacidad
mental.
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