domingo, 11 de noviembre de 2012

El pueblo legendario que se niega a morir en el olvido

Por Rober Aurelio Nieto
Construcción antigua, donde funcionaba la Inspección Departamental de Policía. /Región Al Día 

Benita Eufemia Rondón de Aleman: La mujer de más edad de Margento junto a su hija. /Región Al Día

Entrada al antiguo Margento. /Región Al Día

Dario Rivera Soto, campesino que niega  irse del Margento antiguo.  /Región Al Día

Lo que antes era un parque, hoy es una desolada placa de lodo. / Región Al Día

Los Hermanos Niebles Díaz: Casta Susana y Benjamin. / Región Al Día


 Margento


En medio del camino entre Caucasia y Nechí está el pueblo más antiguo del Bajo Cauca

Andar por las calles de Margento hoy,no es lo mismo que hace 50, 100, 200, o hasta 400 años.  Lo cierto es que este legendario pueblo es un testigo de cuando el español, Gaspar de Rodas,navegó por el río Cauca conquistando poblaciones ribereñas. Según la historia, lo fundó en 1552,  lo que lo hace el pueblo más antiguo del Bajo Cauca,  uno de los primeros de Antioquia y de Colombia. Aunque algunos no lo sepan, este desempeñó un papel importante, mucho antes que Caucasia, hoy considerada la capital del Bajo Cauca.
El 19 de marzo de 1878, el presidente del Estado Soberano de Antioquia, Teodomiro Llano Botero, trasladó provisionalmente –varios meses- la cabecera municipal de Nechí a Margento. Después en 1912, Margento se creó como cabecera municipal y los poblados llamados Nechí y Caucasia quedaron bajo su dependencia administrativa. En 1936, mediante la ordenanza del 22 de mayo se trasladó de nuevo la cabecera municipal de Margento a Nechí.
Sin embargo, lo que en otrora fuera un lugar próspero, en la actualidad vive circunstancias difíciles que han llevado a Margento incluso a cambiar de sitio. La señora Benita Eufemia Rondón de Alemán, según figura en su cédula, nacida el 21 de marzo de 1918, oriunda de Majagual, Sucre, es la persona de más edad en este corregimiento.  Hoy, a sus 94 años rememora aquellos tiempos cuando siendo joven vino de paseo y se quedó: “este era un pueblo alegre, no había carretera,  pero el río era la vía para viajar a Barranquilla y Magangué; estas tierras producían buen plátano, yuca, arroz, entre otras cosas, había mucho que hacer; el pueblo era de movimiento, de trabajo, y eso hizo que mi esposo, nuestros hijos y yo, nos amañáramos en él; también había buen pescado, así que la comida no faltaba.”
En los últimos años, la violencia afectó la tranquilidad de sus pobladores; muchos tuvieron que irse para resguardar su seguridad personal y la de los suyos.De hecho, la Institución Educativa Margento que había tenido la plaza de un coordinador académico durante varios años, la perdió por ley, pues el número de estudiantes aminoró ostensiblemente para el 2010.
Además, debido a las constantes crecientes del río Cauca, muchos habitantes se vieron obligados a trasladarse a un lugar más alto y seguro, donde no sufrieran por las embestidas del río. Con mucho dolor han tenido que dejar sus casas, en las cuales nacieron y vivieron varias de sus generaciones, a cambio de la tranquilidad, pues antes la zozobra los agobiaba al aproximarse la época de lluvias torrenciales.Fueron otros tiempos cuando el río era su amigo, de donde obtenían su sustento, servía de vía de comunicación,extraían su oro, y demás; pero solo eran cosas positivas en las que pensaban al mirarlo a él.
La señora Carmen Martínez, residente hace 34 años en Margento comenta con nostalgia:“vea en lo quedó-señala las casas abandonadas-, el río ha hecho mucho daño, se llevó las calles, hace cinco años se tuvo que movilizar el pueblo, pues las personas se enfermaban por causa del agua, algunas veces durábamos días con agua al pecho.”
Al sitio para donde se trasladaron se le llama,barrio Pueblo Nuevo. Sin embargo, algunos se resisten a irse del lugar donde siempre han vivido. Uno de ellos es, Darío Rivera Soto, campesino, nativo de esta región y que ha vivido aquí sus 55 años de vida, viviendo  junto a su señora y tres hijos. Él cuenta porque no se ha ido  para donde ahora están la mayoría de sus pobladores:
“Cuando uno no tiene nada que recoger, ni perder, las cosas son fáciles.  Pero cuando hay la forma de sostenerse en algo, si usted se va se pierde todo. Allá arriba no hay forma de criar uno sus animalitos, las gallinas, los cerdos y otros; todo es muy estrecho, no hay espacio suficiente.”Cuando se le preguntó por las crecientes, sonríe al decir lo que hace: “vivimos como el gallo fino, cuando vienen las crecientes hacemos unos tambos y nos subimos ahí”.
En el lugar donde durante centenares de años estaba el pueblo,  hoy solo quedan unas  siete u ocho familias. La mayor parte de las casas están abandonadas,  las calles pasan solitarias. La iglesia sólo los domingos cobra vida después del repiquetear de las campanas.Mientras que la cancha recibe a los muchachos que llegan a darle vida, el cementerio yace desolado, y más porque, algunas de sus tumbas fueron arrasadas por las crecientes, simbolizando aún más la tragedia del olvido;y la institución educativa que  niega a morirse, a pesar de que cuando llegan las inundaciones hay que suspender las clases.
Aún falta por pavimentar unos tres kilómetros desde la carretera que va a Nechí hasta la entrada del pueblo. Sus calles necesitan alcantarillado, pavimentación, inversión social. Sus habitantes necesitan tierras para cultivar, proyectos que les ayuden a mejorar su calidad de vida. No puede ser posible que un pueblo con tanto legado histórico se le deje morir en el olvido.

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