Benita Eufemia Rondón de Aleman: La mujer de más edad de Margento junto a su hija. /Región Al Día |
Entrada al antiguo Margento. /Región Al Día |
Dario Rivera Soto, campesino que niega irse del Margento antiguo. /Región Al Día |
Lo que antes era un parque, hoy es una desolada placa de lodo. / Región Al Día |
Los Hermanos Niebles Díaz: Casta Susana y Benjamin. / Región Al Día |
Margento
En medio del camino
entre Caucasia y Nechí está el pueblo más antiguo del Bajo Cauca
Andar
por las calles de Margento hoy,no es lo mismo que hace 50, 100, 200, o hasta
400 años. Lo cierto es que este
legendario pueblo es un testigo de cuando el español, Gaspar de Rodas,navegó
por el río Cauca conquistando poblaciones ribereñas. Según la historia, lo
fundó en 1552, lo que lo hace el pueblo
más antiguo del Bajo Cauca, uno de los
primeros de Antioquia y de Colombia. Aunque algunos no lo sepan, este desempeñó
un papel importante, mucho antes que Caucasia, hoy considerada la capital del
Bajo Cauca.
El
19 de marzo de 1878, el presidente del Estado Soberano de Antioquia, Teodomiro
Llano Botero, trasladó provisionalmente –varios meses- la cabecera municipal de
Nechí a Margento. Después en 1912, Margento se creó como cabecera municipal y
los poblados llamados Nechí y Caucasia quedaron bajo su dependencia
administrativa. En 1936, mediante la ordenanza del 22 de mayo se trasladó de
nuevo la cabecera municipal de Margento a Nechí.
Sin
embargo, lo que en otrora fuera un lugar próspero, en la actualidad vive circunstancias
difíciles que han llevado a Margento incluso a cambiar de sitio. La señora
Benita Eufemia Rondón de Alemán, según figura en su cédula, nacida el 21 de
marzo de 1918, oriunda de Majagual, Sucre, es la persona de más edad en este
corregimiento. Hoy, a sus 94 años
rememora aquellos tiempos cuando siendo joven vino de paseo y se quedó: “este era
un pueblo alegre, no había carretera, pero el río era la vía para viajar a
Barranquilla y Magangué; estas tierras producían buen plátano, yuca, arroz,
entre otras cosas, había mucho que hacer; el pueblo era de movimiento, de
trabajo, y eso hizo que mi esposo, nuestros hijos y yo, nos amañáramos en él;
también había buen pescado, así que la comida no faltaba.”
En
los últimos años, la violencia afectó la tranquilidad de sus pobladores; muchos
tuvieron que irse para resguardar su seguridad personal y la de los suyos.De
hecho, la Institución Educativa Margento que había tenido la plaza de un
coordinador académico durante varios años, la perdió por ley, pues el número de
estudiantes aminoró ostensiblemente para el 2010.
Además,
debido a las constantes crecientes del río Cauca, muchos habitantes se vieron
obligados a trasladarse a un lugar más alto y seguro, donde no sufrieran por
las embestidas del río. Con mucho dolor han tenido que dejar sus casas, en las
cuales nacieron y vivieron varias de sus generaciones, a cambio de la
tranquilidad, pues antes la zozobra los agobiaba al aproximarse la época de lluvias
torrenciales.Fueron otros tiempos cuando el río era su amigo, de donde obtenían
su sustento, servía de vía de comunicación,extraían su oro, y demás; pero solo
eran cosas positivas en las que pensaban al mirarlo a él.
La
señora Carmen Martínez, residente hace 34 años en Margento comenta con
nostalgia:“vea en lo quedó-señala las casas abandonadas-, el río ha hecho mucho
daño, se llevó las calles, hace cinco años se tuvo que movilizar el pueblo,
pues las personas se enfermaban por causa del agua, algunas veces durábamos días
con agua al pecho.”
Al
sitio para donde se trasladaron se le llama,barrio Pueblo Nuevo. Sin embargo,
algunos se resisten a irse del lugar donde siempre han vivido. Uno de ellos es, Darío
Rivera Soto, campesino, nativo de esta región y que ha vivido aquí sus 55 años
de vida, viviendo junto a su señora y
tres hijos. Él cuenta porque no se ha ido para donde ahora están la mayoría de sus
pobladores:
“Cuando
uno no tiene nada que recoger, ni perder, las cosas son fáciles. Pero cuando hay la forma de sostenerse en
algo, si usted se va se pierde todo. Allá arriba no hay forma de criar uno sus
animalitos, las gallinas, los cerdos y otros; todo es muy estrecho, no hay
espacio suficiente.”Cuando se le preguntó por las crecientes, sonríe al decir lo
que hace: “vivimos como el gallo fino, cuando vienen las crecientes hacemos
unos tambos y nos subimos ahí”.
En
el lugar donde durante centenares de años estaba el pueblo, hoy solo quedan unas siete u ocho familias. La mayor parte de las
casas están abandonadas, las calles pasan
solitarias. La iglesia sólo los domingos cobra vida después del repiquetear de
las campanas.Mientras que la cancha recibe a los muchachos que llegan a darle vida,
el cementerio yace desolado, y más porque, algunas de sus tumbas fueron
arrasadas por las crecientes, simbolizando aún más la tragedia del olvido;y la institución
educativa que niega a morirse, a pesar
de que cuando llegan las inundaciones hay que suspender las clases.
Aún
falta por pavimentar unos tres kilómetros desde la carretera que va a Nechí
hasta la entrada del pueblo. Sus calles necesitan alcantarillado,
pavimentación, inversión social. Sus habitantes necesitan tierras para
cultivar, proyectos que les ayuden a mejorar su calidad de vida. No puede ser
posible que un pueblo con tanto legado histórico se le deje morir en el olvido.
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